"La guerra esperada", de Gustavo Duch.
Las primeras que vimos con las bombas, las llevaban cargadas en la mochila. Las sacaron con mucho cuidado y me las enseñaron.
Son pequeñas, caben en la palma de la mano.
Estábamos justo detrás de las vallas de un solar vacío y sin edificar, en un barrio humilde de la ciudad. Calculo que lanzaron como unas veinte o treinta bombas, mientras reían y se hacían fotos entre ellas y ellos, después de cada impacto acertado.
Además, en ese momento, más hombres y mujeres salían de sus casas con bombas parecidas en bolsas de plástico. Su misión, según las
instrucciones consensuadas, era situarlas delicadamente sobre las jardineras y macetas que encontraban vacías. Había que depositarlas ahí, medio ocultas, sabiendo que era un buen lugar para su explosión en el momento apropiado.
Los niños y niñas de pueblos chicos, o pueblos grandes como ciudades, tenían la misión más comprometida: lanzar las bombas bien lejos con sus tirachinas.
Ocultos en escondrijos aptos para su edad, calculaban disparos para sabotear las tierras, sin uso, de los terratenientes de siempre. Disparaban y salían corriendo a toda pastilla en sus bicicletas.
Sobre mi cabeza vi pasar varios globos aeroestáticos que, según nos dijeron, dejarían caer esas granadas caseras, por babor y estribor, en las zonas deforestadas y en los bosques quemados, que cada vez son más abundantes.
Querían diseminar miles de bombas, dejar esas zonas… ¡Sembradas!
No supimos de quién fue la idea, pero la guerra de las hortelanas y los hortelanos, y sus bombas de semillas, estaba en marcha.
La receta de cómo fabricar esas bombas estaba grafiteada en los muros y la gente la pasaba por debajo de la puertas, o de boca en boca. No era tan difícil…
Se luchaba sin agresividad y con inteligencia contra la violencia del sistema capitalista. En un mes, calcularon, los brotes verdes nacerían para hacer un mundo justo y perdurable…
Cómo fabricar una bomba de semillas. Tome una diez partes de tierra y una de arcilla. La mezcla bien y, al mojarla con agua, la moldea como si preparase masa de pan o pizza. Así extendida, le añade semillas de huertas, diversas y autóctonas. Vuelva a amasar, haciendo con la masa pequeñas bolas, como de ping pong. Se dejan secar al sol.
Atención: hay que manejarlas con cuidado. Pueden estallarle en su propia terraza, balcón o maceta.
“La guerra esperada”, de Gustavo Duch. Autor de "Mucha gente pequeña"
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