El proceso de “desarrollo” y el crecimiento económico se correlacionan con un fuerte incremento en el uso de agua, con la pérdida de sus fuentes y con el deterioro de su calidad. El consumo mundial crece más rápido que la población
Yayo Herrero 31/07/2020. Publicado en CTXT.
Somos agua. El 83% de nuestro cerebro, el 75% del corazón, el 85% de los pulmones y el 95% de los ojos es agua. Si nos escurren, después de eliminar el agua, queda bien poquito. Así visto, podríamos decir que nuestra mirada, pensamiento, respiración y latidos dependen del agua.
El 71% del planeta Tierra está cubierto de agua. Solo un 2% de ella es agua dulce y la mitad de ella está accesible, la otra mitad está retenida dentro de los glaciares.
El agua, como todo bien de la naturaleza, es finito. La cantidad de agua que hay hoy en la Tierra es la misma que había en el año 1800, pero la población humana ha pasado de los mil millones de personas que había en aquel momento a más de 7.700 millones en la actualidad y con unos estilos de vida, sobre todo en los países más enriquecidos, mucho más consumidores de agua.
Nadie fabrica el agua. Ninguna economía ni tecnología producen agua. Es la propia dinámica autoorganizada de la naturaleza la que se encarga de regenerarla. Lo que a veces se denomina, de forma un tanto engañosa, producción de agua es, en todo caso, tratarla químicamente para potabilizarla o embotellarla y transportarla.
Ninguna sociedad, ningún ser vivo, perdura sin agua. Todas las grandes civilizaciones nacieron a la orillas de ríos o de grandes lagos. La mayor o menor disponibilidad de agua ha modelado culturas. La Vega de Granada o La Alhambra dan muestra de ello.
No solo usamos el agua para beber. Esta es en realidad una parte muy pequeña. Desde los alimentos, a la ropa; desde la energía al papel; desde el turismo al transporte; desde las medicinas a la coca-cola… Todos los bienes y servicios que utilizamos necesitan agua.
¿Cómo puede ser que hayamos llamado progreso a un proceso que hace que el agua, inicialmente abundante, se vuelva escasa debido a su uso imprudente, despilfarrador e irracional? ¿Qué es lo que hace que teniendo delante de los ojos el declive y contaminación masiva de las fuentes de agua potable no se planifique u organice la economía con conciencia de la dependencia del agua?
El proceso de “desarrollo” y el crecimiento económico se correlacionan con un fuerte incremento en el uso de agua, con la pérdida de sus fuentes y con el deterioro de su calidad. El consumo de agua en el mundo crece más rápido que la población.
En 2015, Ecologista en Acción llevó a París un informe demoledor sobre la situación del agua en España. En él se alertaba sobre los escenarios que se proyectaban en un futuro próximo si no se hacía nada. España tiene ahora un 20% menos de agua disponible que hace 30 años y, por el contrario, ha incrementado un 20% las tierras de regadío en los 18 últimos años. Eso si hablamos del regadío legal, porque hay miles de hectáreas de regadío que son ilegales y que absorben aguas subterráneas de pozos que se secan a gran velocidad.
Por no hablar de la apropiación de agua que ha supuesto el modelo ladrillero nacional, que algunos denominaron desarrollo, y que estimuló la construcción de cientos de urbanizaciones con campos de golf –que consumen ingentes cantidades de agua– en verdaderos secarrales o en zonas inundables.
El cambio climático está alterando profundamente el ciclo del agua y agrava la situación. El agua del mar se calienta, los hielos de los polos se derriten, el nivel del mar aumenta, los acuíferos subterráneos reciben menos agua, los ríos y lagos se secan más, cambian los ritmos de las precipitaciones, se agudizan sequías, se modifican la disponibilidad y temperatura de las aguas y se alteran el estado de los hábitats de agua dulce y la vida de las especies que viven en ellos, también de los seres humanos.
Al haber menos agua, la contaminación se concentra mucho más: contaminación por nitrógeno, fósforo, materia orgánica y metales pesados que terminan generando, básicamente, muerte. No hay más que recordar las oleadas de peces agonizantes en las orillas del Mar Menor en Murcia, y el agua putrefacta en un territorio que depende del turismo.
El uso irracional del agua, las actuaciones que no miran alrededor y se preguntan si hay o no suficiente agua para llevarlas a cabo o qué consecuencias puede tener el ponerlas en marcha son, para mí, una de las muestras más evidentes de la ausencia de cautela y cuidado por el conjunto de todo lo vivo.
Más de 2.100 millones de personas en todo el mundo no tienen acceso a agua potable segura y 4.500 millones no disponen de red de saneamiento adecuada. Al pensar en estas cifras se nos puede ir la cabeza a los medios rurales de países pobres y “atrasados”, pero lo que hay detrás son problemas políticos y lógicas de acumulación por desposesión.
Podemos verlas bien cerquita. Miles de de personas que trabajan temporalmente en la recolección de frutos rojos en Huelva viven en chabolas fabricadas con palés, cartones y plásticos y no tienen acceso al agua. Sabemos de los largos y peligrosos recorridos que realizan, mayoritariamente mujeres en asentamientos del Sur Global para proveerse de agua. También en Huelva, para conseguir agua tienen que recorrer largas distancias. Recogen la fruta y verdura que acabará en las mesas europeas en condiciones de semiesclavitud, y en plena pandemia no tienen agua ni para lavarse las manos. El agua escasa engorda las hortalizas que van a la exportación, pero quienes las recolectan no tiene derecho al agua.
¿Es legítimo adueñarse, negociar y gestionar el agua con ánimo de lucro si es imprescindible para que pueda existir la vida? ¿Debería ser legal gestionar el agua mirando solo la rentabilidad económica y no las vidas que sostiene? ¿Cómo puede ser que sea legal cortar el agua a gente pobre si no la puedes pagar o robársela a pueblos y territorios, usados como grandes minas y vertederos? ¿Cómo puede ser legal arrebatársela a otros seres vivos?
En todo el mundo se producen guerras por el agua y muchos pueblos resisten para defenderla.
A comienzos de 2000, y bajo la presión del Banco Mundial, Hugo Banzer, presidente de Bolivia, firmó un contrato con la trasnacional estadounidense Bechtel por el que se privatizaba el servicio de suministro de agua a Cochabamba. El contrato fue adjudicado a un consorcio formado por Bechtel y otras empresas –entre ellas Abengoa. Poco después se produjo un enorme aumento de las tarifas del agua que levantó protestas masivas. Hubo gente que tuvo que sacar a sus hijos e hijas de los colegios y dejó de ir al médico para poder pagar el agua. La enorme represión desplegada no consiguió sofocar la revuelta y finalmente el Gobierno rescindió el contrato. Bechtel denunció y reclamó indemnizaciones millonarias, pero se vio obligada a renunciar a causa de la movilización dentro del país y la solidaridad y denuncia internacional. Antidesarrollistas, indias, ignorantes, zorras… Así se llamaba a quienes resistían. Pero al final ganaron, El documental La corporación. ¿Instituciones o psicópatas? y la película También la lluvia dan testimonio de todo aquel proceso.
En el momento actual, en Chile, en el Cajón del Maipo, en la región metropolitana de Santiago, la capital, se vive un fenómeno similar. El agua está privatizada, no solo la red o el servicio de abastecimiento, sino la propia fuente. Pertenece a Aguas Andinas, que a su vez es de Aguas de Barcelona. Aguas Andinas tiene la potestad de hacer lo que quiera con el agua y ahora se plantea venderla a una planta estadounidense de generación hidroeléctrica, que fue ampliada sabiendo que no había suficiente agua para materializarlo. Se pone en riesgo el abastecimiento de agua de boca a Santiago de Chile, además de destrozar un ecosistema ya muy afectado por el cambio climático. Diversas organizaciones llevan años resistiendo. Entre ellas Mujeres por el Maipo. “Váyanse a cocinar”, “vayan a cuidar a sus hijos y a dar de comer al marido”, perras, golfas, putas son los calificativos que reciben. ¿Os suenan? Ellas se tumban en el suelo, hacen mandalas con sus cuerpos e impiden la entrada de los camiones. “Montamos unos tacos –así se llaman en Chile los atascos– del carajo”, se enorgullecen. Así llevan desde 2007. Y no paran.
La Comunidad de Madrid intentó desde 2008 vender el 49% del Canal de Isabel II. Bancos, fondos de inversión de diversas nacionalidades, empresas de agua españolas estaban deseosas de participar en el proceso. BBVA, Tinsa, Rothschild y Cuatrocasas trabajaron en el estudio de la operación. En 2012, el 4 de marzo, la Marea Azul, en la que Ladislao Martínez jugó un papel fundamental, organizó un referéndum popular en el que se consultaba sobre la privatización del agua. Más de 160.000 personas participaron en él. Ese mismo día, el diario El Mundo sacó un artículo infame en el que se acusaba absurdamente a Ladis de ser un terrateniente. En la primera versión del mismo, se daban incluso datos personales como su domicilio. La reacción de apoyo hacia el activista fue tremenda y, afortunadamente, el acoso no fue mucho más allá.
En todas partes los intentos de privatizar y acaparar el agua son constantes. Imaginaos, somos agua, nuestra economía es agua y es finita. Adueñarse de las fuentes, de la distribución, de la depuración o el saneamiento es negocio seguro.
La situación es insostenible y de no hacer nada avanzaremos hacia un colapso hídrico, que en nuestro país muy posiblemente tenga lugar cuando llegue la próxima sequía plurianual.
Luego, trataremos la crisis como si fuese un problema sobrevenido, inesperado. Miraremos al cielo preguntándonos por qué no llueve o perforaremos más profundo intentando exprimir lo que quede. Pero es un problema político, es un problema de escala, es un problema de límites. Es un problema de diálogo, de búsqueda de consensos, de pensar en las necesidades y en cómo satisfacerlas de forma justa.
Hacernos conscientes de en qué medida somos agua y cuál es el papel del agua en la creación de comunidades humanas, en la geopolítica o en la economía. Conocer los recorridos atmosféricos, superficiales y subterráneos de las aguas y su ciclo; saber cómo afecta ya el cambio climático. Detener los procesos de contaminación. Asegurar el acceso al agua de los seres vivos. Planificar la escala de los distintos sectores en función de las necesidades que hay que satisfacer y el agua realmente existente. Garantizar el tratamiento del agua como un bien común, y no una mercancía, es condición necesaria para, simplemente, seguir mirando, pensando, respirando y latiendo.
Al abordaje político de todas estas cuestiones es a lo que nos referimos cuando hablamos de poner en el centro la vida. Gabriela Mistral en su poema Agua lo expresa con belleza al decir: “Tenga una fuente por mi madre”.
Yayo Herrero
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